En el íntimo pliegue de la rosa,
tan olorosamente recogido,
se vestía de flor para el olvido
la niñez de tu lágrima amorosa.
Entre mejilla y pétalo dudosa
copiaba un mundo frágil y dormido
todo fuego y piedad dentro del nido,
todo simiente y alma temerosa.
Pasó entonces el ala de la abeja
como vibrante corazón del viento
y un alba triste disipó el rocío.
Lánguida y apartada de tu queja
asumías la rosa en el aliento
que lenta espina trasladaba al mío.
Dionisio Ridruejo
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