Mi retrete -taza vieja,
tabla suelta y sin pintar-
es importante y poético
de día, y de noche aún más.
En el techo de uralita
la lluvia sonando está:
su música se acompasa
con la música del mar.
Rompiendo larga, la ola
blanquea y quiere alumbrar.
El faro enciende dos veces
su luz verde y casi astral.
Sobre la sombra más negra
y esponjosa del pinar
hay un resplandor difuso:
las luces de la ciudad.
¡Qué gusto estar contemplándola
desde lejos (sin actuar
en el Congreso de Coo-
peración intelectual!)
Ventana de mi retrete:
¡nunca te podré olvidar!
En el país de las dunas
se vuelven a descalzar
los niños. ¡Ay cómo huele
a clavellina y a sal!
¡Ay, cómo dibuja el viento!
Qué bien sabe modelar
la arena con dedos mágicos
que se inventan su verdad.
Nunca -ni vivo ni muerto-
tendré una ventana igual.
Luis Felipe Vivanco
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