He vuelto a estas paredes donde encierro
la acostumbrada voz de la amargura
y, junto a aquel verdor, la ya madura
fruta del corazón que, a cada yerro,
se duele de la rama en su destierro
y gana cargazón perdiendo altura;
pero, por ser buscada la clausura,
tibio es el muro y fácil es el hierro.
Hablo de ti, dogal, soneto mío,
que, sin talar, aprietas cada ramo,
que, sin cegar, corriges cada río.
Hablo de lo que ciñe y lo que doma:
de una sombra apretada en la que amo
y un ojo arriba donde Dios se asoma.
José García Nieto
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