18 ago 2011

El soneto

He vuelto a estas paredes donde encierro
la acostumbrada voz de la amargura
y, junto a aquel verdor, la ya madura
fruta del corazón que, a cada yerro,

se duele de la rama en su destierro
y gana cargazón perdiendo altura;
pero, por ser buscada la clausura,
tibio es el muro y fácil es el hierro.

Hablo de ti, dogal, soneto mío,
que, sin talar, aprietas cada ramo,
que, sin cegar, corriges cada río.

Hablo de lo que ciñe y lo que doma:
de una sombra apretada en la que amo
y un ojo arriba donde Dios se asoma.

José García Nieto


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