Tú eras el viento, niña de azabache,
tú eras del viento, de las olas altas;
tú la gacela núbil, tú la tímida
del ancho bosque.
Del ancho bosque de gargantas rotas
diciendo tu milagro velocísimo,
cantando la belleza de tu huida,
niña de luto.
Niña de luto por la piel y el pelo
rizoso y breve, cima de la pena:
mira cómo florece -mirlo blanco-
tu dentadura.
Tu dentadura muerde la alegría,
troncha el laurel, el tallo de las palmas.
Erguida sobre el pódium, qué sereno
ciprés de sombra.
Ciprés de sombra y verderol oscuro
guardan tu leve sueño de doncella.
Leve tu cuerpo fue. La tierra ahora
te corresponde.
Te corresponde no pesando, no
pisando el sitio donde yaces, corza,
hija del huracán y de la llama,
novia del aire.
Del aire fuiste, el aire te quería,
te ayudaba en el salto y la carrera,
volcaba en tus oídos el redoble
de los tantanes.
Los tantanes, muchacha, los rugidos
de tu selva de ayer, te acompañaban.
Tú eras su fruto, su palabra nueva,
su maravilla.
Maravillada estás de tanta calma,
vaivoda del silencio y las raíces.
Descansa. Dale al sueño lo que es suyo:
tu miel de un día.
Un día te hallarán manos mineras,
flor de carbón, esquirla de la noche.
Y el mundo volverá a gozar de nuevo
tu paraíso.
Carlos Murciano
No hay comentarios:
Publicar un comentario