¿Por qué ocultáis con tan pueril cuidado
vuestras orejas a la luz del día?
¿Por qué habéis de esconder, señora mía,
tesoro tan preciado?
Puesto que son de perfección dechado,
tenéis menos disculpas todavía;
porque, al veros, cualquiera supondría
misterio en el tapado.
Alzad, alzad la cárcel del cabello
y descubrid al sol vuestras orejas,
que se holgarán con ello.
Así yo, por mi triunfo enardecido,
podré decir mis ansias y mis quejas,
muy quedo, a vuestro oído.
Guillermo Fernández Shaw
No hay comentarios:
Publicar un comentario